A mi madre, en el día de la madre.

Hola, mamá.
Ya sé que hace mucho tiempo que no te escribo, pero es que desde que tu perfil de whatsapp no funciona, ya no te puedo mandar mensajitos frecuentemente. En cuanto al blog, está un poco parado; pero todo a su tiempo.

Me decido a escribirte para ponerte al día, porque aunque nunca jamás te permitías perderte nada de tus personas queridas, no estoy segura de cómo funcionan las cosas allá arriba. Con «allá arriba» me refiero a donde estás ahora. Bueno, estás en muchos sitios -repito, todo a su tiempo-, pero quiero decir que, como no he resultado ser persona religiosa ni en definitiva demasiado espiritual, no puedo decir «el cielo» o «el paraíso» como suele ser habitual. No llegaste a conocerla en RRSS, pero la Vecina Rubia suele hablar del arcoíris de los padres, o de aquellos que se han ido, y me gusta el concepto. Así que emplearé a partir de ahora el término «arcoíris de mi madre». Conociéndote, y dado que tus gustos no eran discretos precisamente, 🙂 doy por hecho que tu arcoíris no tiene 7 colores sino toda la paleta Pantone. ¡Hombre! Para algo ahora podrás hacer ahora lo que te da la gana, ¿no? así que supongo también que tendrás tantos pares de zapatos como colores de tu arcoíris, y otros tantos abrigos y pintaúñas.

Y ya que estamos: ¿tienes wifi en tu arcoíris? Me da en la nariz -mi nariz respingona, como la tuya- que seguramente sí, porque si no, no me explico algunas apariciones y mensajes y pistas y rastros que en estos cuatro años me he ido encontrando y que, indudablemente, llevaban tu firma. Pero por si acaso no tuvieras buena cobertura, te voy a poner al día. Sé que lo agradecerás.

Tus hermanos están bien.
Tu hermana favorita riojana sigue trabajando como una jabata y está tan guapa como siempre, y apoyando a sus hijos como solo sabe hacer una madraza coraje. Que sepas que cada Navidad invocamos tu poder de influir en el azar cuando compartimos, mi hermana y yo, un décimo con ella. Así que por si no lo sabías, y en el supuesto de que puedas meter mano en esto, mira a ver si intercedes para que nos toque aunque sea un segundo premio a las tres. 🙂

Tu hermana preferida ovetense está muy bien, fíjate que se ha reinventado. Lo que no consiga una Loza Cortina… Por supuesto y pese a los cambios, ella sigue teniendo pelazo; eso siempre, y ahora vive en el barrio bohemio ¡toma ya! Te diré que, donde tú ya no puedes llegar como abuela de tus cuatro nietas, llega ella; rosquillinas incluidas y fiestas de pijama.

Seguimos. Tu hermano médico mayor favorito sigue en su línea: guardias, guardias, guardias, y ahora además se ha convertido en abuelo por partida doble. Me dijo que iba a escribir un libro, pero que yo sepa aún no lo ha hecho. A ver si le mandas inspiración desde tu arcoíris.

Cambiando de tercio, tu hermano riojano rubio preferido es otro que se ha reinventado en estos últimos años, y aparte de estar guapérrimo como siempre, le veo como un toro. Serán los largos que se calza en la piscina de Logroño. ¿Y qué te parece si te digo que es también un flamante abuelo? Aunque no lo parece. Ni él, ni el anterior (el pediatra). Deben de tener un pacto con el diablo.

Y, finalmente, tu hermano pequeño favorito ha sido fiel a su inteligencia, ojo clínico y buen hacer médico dándose cuenta a tiempo de algún problemilla de salud, y por eso ya está curado. ¿Tuviste algo que ver? …Lo digo porque todos sabemos que este hermano sí que era tu prefe prefe prefe… 🙂

Tus cuñadas favoritas están bien.
La astur-colombiano-riojana parece una chavala y eso que es abuela, la extremeña sigue haciéndonos reír a carcajadas y la ovetense mantiene la costumbre de hacer que pongamos los ojos en blanco con las verdinas con marisco que nos cocina puente sí, puente también. Han sido un regalo estas tías postizas para mi hermana y para mí. Y para tus nietas. Además, la DUE me regala zapatos y eso es para mí entrañable, puesto que no había nadie en la familia que calzase un 40 como yo. Y mi corazoncito tiene una parcela frívola, ya tú sabes.

En cuanto a tus cuñadas del occidente asturiano, te hablaré solo de una, porque la mayor está en un arcoíris al lado del tuyo y ya te contará ella de todo, con esa alegría y animosidad que siempre la caracterizaba. Tu cuñada pequeña sigue trabajando mucho, mucho, mucho. Ella ejerce de hija, de abuela, de madre, de hermana y vete tú a saber de cuántas cosas más, con arrojo. Es un ejemplo para cualquier mujer. Y entre tú y yo, ojalá me toque heredar algo de su piel, ¡no pasan los años por ella, caray! …ya que su voz para cantar pues no me ha tocado, qué se le va a hacer.

Tus sobrinos directos da gloria verlos.
Tus sobrinos riojanos favoritos están que rompen la pana ganando premios -sí, sí, ganando premios, has leído bien- con sus innovaciones en el mercado de los embutidos y no es moco de pavo: hablo de ferias en Canadá, a ese nivel estamos. No sé, igualmente me planteo si habrás tenido algo que ver: porque seamos sinceras, a ti, el chorizo, te gustaba un rato largo. Y si era riojano, mejor. 🙂
Tus sobrinas vallisoletano-ovetenses preferidas te harían estar muy orgullosa. Son ya dos mujeres hechas y derechas que valen su peso en oro, y son la bondad personificada. Estoy segura de que el futuro les traerá muchas cosas buenas, porque se recoge lo que se siembra.
Tus sobrinos asturiano-extremeños crecen profesional y personalmente, como es ley de vida, y J ha tenido dos bebés 50% franceses que están para comerlos. Las doctoras están en la pista de salida como estuve yo hace años, y les va a ir muy bien. Para mí, son como mis hermanas pequeñas (eso ya lo sabías).
Tus sobrinos riojanos-asturianos-novellanos, aunque no les veo tanto como me gustaría, están también bien y haciendo lo que les gusta, que es algo muy importante como siempre decías tú. Tu Pintxo ha sido papá de una bebetona preciosísima que te habría encantado achuchar.
Tu sobri de tus ojos, el santanderino, está a un paso (o menos) de ser médico. Y músico. Y deportista. Y mejor persona. Cuánto te habría gustado compartir con él estos últimos años, porque era el niño de tus ojos, bueno, como todos tus demás sobrinos, pero este un poco más, que para eso le medías mes a mes pintando una raya en la columna de mi habitación. Voy a ver si le convenzo para que se venga a Madrid a hacer el MIR. 🙂 Al final, somos legión los médicos de la familia, ¡Hay que ver!

Tus sobrinos políticos también están bien.
Tus tres sobrinas y tus dos sobrinos. Ha habido novedades, muchas. Pérdidas, divorcios, cambios de trabajo, negocios que empiezan y terminan… vaivenes, en definitiva. Pero cada cual peleando por lo suyo como debe ser, y siendo sinceros, creciendo todos y también acordándose de ti siempre que hablamos. Intentamos estar juntos al menos cada Nochebuena, y ya sabes: sacamos las guitarras, y cantamos. Eso les encanta a las pequeñas «Íes» de la familia, a la sazón tus sobrinas nietas. Por cierto que es entrañable lo que se quieren las «Íes» y tus cuatro nietas. Hasta el punto de que han pasado días de verano juntas en Luanco: una gozada, te habría encantado verlas. 🙂

No todo iba a ser bueno… las abuelas ahí van. Ya tienen achaques, es así.
Como prefiero subrayar las cosas buenas, te diré que están bien cuidadas y acompañadas pese a los susodichos achaques. Al fin y al cabo, son 99 y 91 años vividos en plenitud. Ambas te echan de menos, te recuerdan y hablan de ti.

Como tus consuegros, por cierto; también con cambios y novedades, pero al pie del cañón, y entregados a ayudarnos a sus hijos y nietas. No, si las comidas ricas y las fiestas para las niñas no faltan… ya sabes lo que es Nava y Majadahonda, un homenaje perpetuo para los sentidos. Y siempre tú en nuestra cabeza, en la de todos.

De tus hijas, nosotras, no te voy a hablar, no creo que haga falta; porque de esto estoy segura, segurísima, de que estás al día. Una madre no pierde comba esté donde esté: en un arcoíris de 7 colores o entre las páginas de un álbum de fotos. Pero bueno, venga, va: si quieres te lo resumo. Tus dos hijas estamos ahí las dos juntas siempre ayudándonos, y en pos de ser la mejor versión de nosotras mismas. Que a veces nos cuesta más y a veces menos, cada una en su estilo. Porque ya sabes que somos diferentes, nos parecemos tanto como un huevo a una castaña, es lo que hay. Y nos queremos mucho y nos ayudamos más. Perdona que me ponga cursi, pero estarás de acuerdo en que a medida que cumplías años, más sentimentalona te volvías, es así, y por ello soy consecuente y te doy lo que creo que me pedirías a los 67 años que tendrías ahora si vivieses. En definitiva, que todo bien, mamá. Ya «si tal» te mando un privado al Facebook contándote más intimidades que por aquí por el blog no es plan (porque no creas, pero lo lee gente). 🙂

A tu yerno, «Ironman», lo de dejado bastante para el final porque es muy importante, claro. No habrías podido desear mejor marido para tu hija ni mejor padre para tus nietas, así que no añado más, no hace falta ¿verdad? Sé que ves todo desde arriba y sabes la suerte que tuvimos de encontrarnos. Pues ea, listo, chimpún.

Y quedan papá y tus nietas. Aquí me temo que me quedo sin palabras, que para mí es algo raro puesto mi verborrea es por todos conocida… Pero no, no me caben todas las palabras hoy; algo tendré que dejar para otro día. No obstante, mamá, resumiendo: matrícula de honor en abuelazgo y nietazgo, o… como se llame. Segundo chimpún del post.

Y ya termino. Espero que esta puesta al día te haya gustado. Ha sido un día raro, viendo cómo todo el mundo celebra el día con sus madres y yo no tengo a la mía aquí físicamente. Pero bueno, mira, estás aquí virtualmente, y a lo mejor hasta te mando algún mensajito por el messenger de Facebook ya que tu whatsapp lo han deshabilitado. Como dejaba vislumbrar al principio del post, sí que estás, de hecho estás en muchos lados. En los recuerdos de toda tu familia, en las anécdotas de todos los que te conocieron, en los mejores deseos de aquéllos que nos quieren a los que te rodeábamos. Sí, la verdad es que aquí sigues, por todo lo alto.

Y por cierto que te diré que llevo unos meses soñando contigo casi todos los días, pero el sueño ha cambiado. Ya no te veo enferma. Qué va, apareces sana, como una manzana, en escenas cotidianas. Como cuando me decías que me pusiera tu colgante al ir a los exámenes de la facultad, o cuando reciclabas el caldo de cocido para cocerle patatas a papá (cuánto te esforzabas en cocinar lo que le gustaba a papá). O cuando me regalaste dos joyones al nacer tus nietas. O cuando venías a Segovia cargada de quesos asturianos. O cuando tenías las cenas de «la Loto» con tus amigas. O cuando cambiabas de sitio todos los muebles del salón, o te desesperabas porque la mesa de mármol diseñada por ti -y preciosa- se rompía una y otra vez por el mismo sitio (las leyes de la Física es lo que tienen; pero papá la ha transformado utilizando madera y oye, aguanta); o cuando viajabas a La Rioja con una olla casi industrial llena de fabada asturiana; o cuando me llamabas para un «recado», estando yo trabajando en el hospital y con 30 segundos nos decíamos todo lo que había que decir y colgábamos rápidamente de una forma tan cómoda que no he vivido con nadie más. O cuando lloraste al verme vestida de novia (porque A VER, TÚ NO LLORABAS NUNCA, pero lloraste al verme vestida de novia). O cuando intuiste que yo iba a parir y acertaste de lleno, y te plantaste en Madrid a los 10 minutos de nacer Miss Trotona. Y por qué no decirlo, cuando te empeñaste en pasar conmigo la primera noche en que fui madre, enviando al padre de la criatura a casa, y ni la criatura ni yo pudimos dormir de lo que roncaste :-). Eso sí, a los dos días me ayudaste echándome un cable: sacaste a todas las visitas de casa, porque la niña tenía tres días, era 4 de agosto y el calor no se aguantaba (llevaste a todas las visitas a un restaurante gallego, a comer lacón y pulpo, mientras yo me quedaba en casa sola con mi bebé viendo la tele: o sea, la gloria bendita). O cuando le dabas vueltas -y vueltas- a los regalos que tenías que hacer a todos aquellos que se casaban o tenían hijos o lo que fuese. O cuando ibas ilusionada al rastro y regresabas con las planchas de hierro fundido. O cuando preparabas meriendas para mis amigos del instituto, de la facultad, de Erasmus, o del cámping de turno. O cuando colaborabas con ONGs. O cuando adoptabas animalillos y luego te apesadumbrabas cuando se morían (aquel pajarillo que se empachó de lechuga). O cuando éramos pequeñas y para que siguiéramos jugando en el patio de casa nos lanzabas la cena (filete rebozado troceado y patatas fritas) en un cucurucho de papel de aluminio, para envidia de todos los demás niños vecinos. O cuando leías compulsivamente, sin parar, porque a menudo leías sin medida. Ah: y cuando tejías. Hubo una época en que no parabas de tejer y nos hiciste muchos jerséis, allá por los ochenta. O cuando te liabas la manta a la cabeza e invitabas a todo el vecindario a bailar en nuestro salón en Nochevieja, después de Martes y Trece y las uvas. O cuando te dio por Estopa, Dolores Pradera y Sabina. O cuando nos recordabas durante una semana por teléfono que tenías que retocarte las canas. O cuando te llevabas a tus sobrinas Irene y Raquel a comprar ropa al Zara de niños. O cuando ibas a tu modista de toda la vida a hacerte un traje de chaqueta o un vestido para Santa Bárbara (patrona de los Mineros y por ende de los Ingenieros de Minas como papá). O cuando nos montábamos en el microbús varios días de la semana para ir al Conservatorio al salir del colegio: venías pertrechada con dos palmeras de chocolate para mi hermana y para mí. O cuando nos respaldabas los sábados por la mañana facilitándonos que viésemos «La Bola de Cristal», porque papá no quería que viésemos la tele. O cuando venías a «dormir la siesta» al salón mientras tocábamos el piano (MENTIRA: lo que pasaba es que nos querías oír tocar pero sabías que nosotras no queríamos que nos oyeses, así que te hacías la dormida pero te encantaba, sobre todo si tocábamos zarzuelas). O cuando, con tu cigarro en la boca, colocabas las fotos de la familia en álbumes. O cuando me acompañaste a comprar, pagando tú, el primer regalo que le hice a mi primer novio «de verdad» (concretamente la colonia «Obsession» de Calvin Klein). O cuando ayudabas, todo lo que podías, a los «chicos de Reto», como tú les llamabas. Porque claro, tú tuviste un hermano heroinómano, y eso nos caló a todos profundamente -mi tío Carlos, que está también en su arcoíris de los drogadictos que sucumbieron en los ochenta y noventa, pero yo hablo de él con orgullo porque mi tío Carlos era muy bueno y era generoso, mucho, tanto que con el poco dinero que tenía apareció en mi 9º cumpleaños con peluche de regalo para mí, comprado en el mercado de compraventa de Reto-. Sigo, mamá: en la línea «cotidiana», cuando te ilusionabas con la noche de San Juan en el patio de la comunidad y bajabas los aparejos para hacer Queimada. Y tus amigas. Cómo querías a tus amigas. Que me perdonen el orden, ya que va aleatoriamente: A Vicky (lo que sufriste aquel mes de julio en que una cifra de potasio desbarató todo), a Liliana (que pasó un vía crucis para venir a despedirte, cuando te fuiste, pero no pudo), a María Jesús (que cuando se enteró de tu enfermedad solo atinó a llamarme a mí, tu hija, desconsolada), a Carmina (que está pendiente, siempre, siempre, siempre), a Amelia (con la que te unen tantos lazos y que siempre ha estado ahí), a Lolina (que la conociste tarde pero tuvisteis un flechazo como solo la amistad entre mujeres manifiesta a menudo), a Pili (a la cual la palabra entrañable le queda pequeña, porque es así, Pili y Pedro han sido siempre dos pilares), a Pimpa (que como Vicky siempre ha estado ahí, y a tus hijas nos ha demostrado siempre tanto tcariño), y a las demás amigas que trajo el vecindario: a Solita, a Teresa, a Elena, y no puedo seguir más porque, mamá, a ti todo el mundo te quería.

Todo eso sueño, últimamente. Qué cosas, oye. Pero ya no sueño que estás mala, mamá, ya solo sueño cosas buenas, como te he dicho.

Para despedirme, te pido perdón por escribir poco en este blog que tanto insististe en que empezara. Pero verás, es que estoy por fin terminando el libro que empecé, y además, me toca echar bastantes horas en lo mío (Reumatología Pediátrica, ya sabes). Pero el libro saldrá y te lo dedicaré.

PD: este post se lo dedico especialmente a mis amigas Sonia, Popi y Alejandra, que han perdido a sus madres hace poco, muy poco. Os mando un abrazo enormísimo.

Querido residente mayor…

…Que estás a punto de terminar la residencia.

Me gustaría dedicarte unas palabras, al igual que hice cuando estabas a punto de comenzar esta experiencia vital que supone la especialización vía MIR.

A medida que has ido creciendo en años de residencia, el número de consejos que puedo humildemente darte ha disminuido en cantidad, pero espero no lo haya hecho en calidad. Cierto es que no soy tutora de residentes, o al menos no lo soy aún, pero durante tus años de resi mediano habrás comprobado (si has rotado o hecho guardias conmigo) que insisto bastante en que aprovechéis para intentar publicar,  y presentar cosas a congresos; y también en que os lo paséis muy bien por el camino, que disfrutéis, pero que tengáis siempre presente que también tenéis que estudiar, estudiar y estudiar. Y lo dice una que estudió poco en su primera residencia y que paradójicamente -porque tenía dos niñas pequeñitas- estudió más en la segunda. Resis medianos: siento si he sido y soy pesada, pero más sentiría no haberlo sido, creedme.

No obstante, este post va para ti, residente de último año.

Dependiendo del sitio en el que te hayas formado, estarás experimentando más o menos vértigo: quizá tus coerres ya hayan repartido sus currículos por todos los hospitales habidos y por haber, pero tú estás perdido (y ansioso) porque no sabes por dónde empezar; o puede que suceda todo lo contrario: has repartido tu currículum por decenas de hospitales en varias ciudades y ahora te agobia decidir; o puede ser que no hayas movido ficha porque sabes que te quedas con contrato de guardias en tu hospital; o a lo mejor tenías planeado desde que eras erre 1 que regresarías a tu lugar (ciudad, comunidad autónoma, país) de origen. Sea como fuere, dentro de unos pocos días tu vida va a cambiar: serás médico especialista, nada más y nada menos. 🙂

Insisto en que, ante todo, te ofrezco estos consejos humildemente: no tengo tantos años de experiencia. Ni muy joven ni muy veterana: estoy «entre medias», camino de cumplir 42. Y de hecho, tampoco he trabajado en muchos hospitales; mi trayectoria ha estado básicamente ligada al Hospital La Paz, en Madrid. Venga: allá voy con mis consejos para vosotros, muchos de los cuales surgen fruto de lo que aprendí de mis errores, porque los he cometido y he intentado aprender de ellos.  🙂

Confía en ti, ¡confía en ti!

Que confíes en ti, coño caray. No te dejes amedrentar por el efecto «responsabilidad de adjunto». Como tú, están todos los demás que acaban la residencia y de un miércoles por la tarde a un jueves por la mañana pasan de ser residentes a adjuntos. No lo vas a hacer peor que los demás, porque nuestro sistema MIR es pistonudo y has salido bien formado (y lo sabes). Yo te he visto enfrentándote con el ceño fruncido a la dosis de tu primera amoxicilina cuando eras erre 1, y ahora no te amedrentas calculando perfusiones varias. Sí; ahí estabas hace cuatro años en tu primera guardia, dudando de si el síntoma era muy grave, muy leve o todo lo contrario, y ahora «hueles» al paciente enfermo según lo ves entrar por Urgencias, y actúas. Has crecido mucho, ¡echa la vista atrás y lo comprobarás! Es así y debes sentir orgullo. Pero dicho esto, debes ser consciente de que:

EL APRENDIZAJE NO HA TERMINADO.

Pues claro que no. Nunca va a terminar. Aunque esto seguro que lo sabías: los médicos seguimos aprendiendo siempre, siempre. Pasiva y activamente. Si te doy este consejo es porque creo que has de tener presente que tu mente debe seguir abierta a los cambios que la evidencia científica trae; porque creo que debes seguir estudiando (soy cansina, ¿eh?); y porque creo que debes cuestionarte los diagnósticos y los tratamientos de tus pacientes cada día, por si acaso. Pero sobre todo porque no te imaginas el potencial que tienes para crecer, ahora que te has especializado en un campo. Sí, tienes mucho potencial: no dejes que se desinfle. Cuanto más sabes, más aprendes, y no al revés.  Así es esto de la Medicina.

NO TENGAS MIEDO A CAMBIAR DE HOSPITAL.

A veces es ésta la única opción para seguir haciendo lo que nos gusta, pero el arraigo a nuestro centro, ése que nos vio crecer como residentes, nos paraliza para seguir. Creedme: familiarizarse con nuevos volantes de analítica, con otros programas informáticos o con nuevos comedores de guardia, no lleva más que un abrir y cerrar de ojos. Sopesad los pros y contras y elegid según éstos, pero nunca basándoos en el temor a cambiar de centro hospitalario. La Medicina, que es el arte que ejercéis, es la misma en unos hospitales y otros, y eso es lo importante.

TEN INICIATIVA.

Siempre he dicho que, cuando un residente se esfuerza, aprende mucho de sus adjuntos, de sus erres mayores  y de los artículos y libros que lee. En la jerarquía sanitaria, el orden natural de las cosas es, a priori, ése: residente aprende de adjunto. Pero hay residentes excepcionales -entre los cuales yo NO me incluyo, vaya por delante- que con su iniciativa, estudio, creatividad y arrojo, consiguen que sus adjuntos aprendan de ellos. Tengo la enorme suerte de haber coincidido con algunos. Mi consejo es: no seas tímido, propón proyectos que hayas masticado previamente. Presenta a tu servicio tus ideas, pero hazlo de forma estructurada, trabajada. Incluso en formato Power Point o Word. Te llevarás sorpresas. Eso sí, en relación con este punto:

TEN EN CUENTA QUE MUCHAS INICIATIVAS NO SALDRÁN ADELANTE.

…Pero siempre aprenderás de ellas. Créeme: pasar 10 horas elaborando un proyecto para una beca que finalmente no te otorgan NO es tiempo perdido. La estructura en la redacción del texto, tu planteamiento al comité de ética de tu hospital, tus tomas de contacto con otros servicios para pedir colaboración -etc- te ayudan a ganar experiencia. Porque ahora es tu momento de eso precisamente: GANAR EXPERIENCIA. ¿Te vas a quedar quieto? …No lo hagas, sigue, con ilusión. Y de nuevo: si no sale a la primera, saldrá a la segunda, o a la quinta, pero saldrá, y por el camino habrás aprendido. Te lo dice una que tiene dos tesis abortadas por falta de tiempo pero aun así ha aprendido de ellas, y no las considero, a toro pasado, tiempo perdido. Pero volvamos a las bases, a lo que nos ocupa:

SIGUE ESCUCHANDO Y MIRANDO AL PACIENTE.

Y digo «sigue» porque esto es algo que inculcamos a los estudiantes de Medicina y a los residentes, pero no lo podemos perder bajo ningún concepto con el paso de los años y el aumento de nuestra experiencia. De ninguna manera. Escuchar y observar, es decir, ANAMNESIS Y EXPLORACIÓN FÍSICA. En mayúsculas las pongo, porque no puede ser de otra forma. Si tratas niños, escucha a los padres, si tratas ancianos, escucha a los hijos, y en todos los casos, escucha al paciente. Y después explóralo, concienzudamente. Por cierto, no creáis que no soy consciente de que en ocasiones no he cumplido con lo que acabo de manifestar; lo reconozco, seguramente ha sido así. Pero ya he dicho que estos consejos se basaban, en gran parte, en mis errores. 🙂

Niña temerosa, obra de Emma Cano (habitual de este blog, aunque sabed que no nos conocemos ni nos une ninguna relación, simplemente me encanta su arte).

REspeta siempre a los médicos mayores.

Entre mis consejos cuando eras R1, te decía que escuchases y aprendieses de Enfermería. Esto, ahora que acabas tu residencia, ya no hace falta que te lo diga, porque lo sabes de sobra: seguro que lo has experimentado en tus carnes unas cuantas veces, saliendo airoso de múltiples situaciones gracias a ell@s. Pero quizá te ha pasado, ahora que eres «mayor», que has tenido la tentación de desoír la opinión -diagnóstica o terapéutica- de tu adjunto veterano, próximo a la jubilación. No lo hagas nunca. Nunca. Hazme caso, escúchale siempre. Aunque luego seas tú el que decide, escúchale. No infravalores jamás el hecho de que, en Medicina, la experiencia tiene más peso, probablemente, que en muchos otros oficios.

te deseo mucha suerte y te transmito muchos ánimos.

Sobre todo si vas a ejercer en España, que es lo que yo conozco. Lo que has ido observando durante tus años de residente es cierto: las condiciones laborales de los médicos en nuestro país NO son buenas, al menos si las comparamos con otros sectores. Siento decirte que es más que probable que tengas contratos temporales durante bastante tiempo. También es posible que firmes contratos de un día de duración y, también, que trabajes gratis. Además, si las cosas no cambian, ya sabes que te quedan aún exámenes por delante para conseguir una plaza. Aparte de esto, siento comunicarte que nuestros sueldos no son una maravilla; no esperes ganar mucho más respecto a tu etapa de residente. En definitiva, podría decirte que «mal de muchos, consuelo de tontos» pero no debo hacerlo, porque creo que en nuestras manos está reivindicar un futuro mejor para los médicos en nuestro país. Así que al consejo de «ánimo» añado: «pelea y reivindica». Nuestro trabajo ES importante, y mucho. Luchemos porque así se reconozca.

Para terminar…

Gracias a mis amigas y colegas Dra. Rayoquenocesa, Dra. Ingridbergman y Dra. Spock por sus valiosas aportaciones, una vez más.

Y ahora sí, para finalizar: os traigo la famosa frase del patólogo José de Letamendi (1828-1897): «El que sólo sabe de Medicina, ni Medicina sabe». Para mí, esta frase encierra una lectura directa: cuida a la parte de tu persona que no es médico, cultiva tus aficiones,  crece en conocimientos, profundiza en tus inquietudes. Si has llegado hasta aquí es porque has trabajado duro y has estudiado mucho. Pero, a menudo, la cantidad de trabajo que nos llevamos los médicos a casa (charlas que dar, capítulos que escribir, artículos que -intentar- publicar, la enfermedad nueva que estudiar…) nos quita mucho de nuestro tiempo libre y nos hace descuidar nuestras otras facetas. Por eso, no me cansaré de decirlo: si te gustó la historia, sigue leyendo. Si te llamó el arte, sigue dibujando. Si eres deportista, continúa entrenando. Si te gustó la música, sigue tocando. No dejes de SER HUMANISTA, en definitiva, la cual, creo yo, es una cualidad presente en la mayoría de los médicos.

Feliz viaje y mucha suerte, residentes mayores. 🙂

Su cumple, 29 de noviembre.

Es tarde ya, son casi las diez de la noche. Pero es 29 de noviembre.

Y no es un día normal: estoy en Roma debido a una reunión científica, sin mi té Rooibos, ni mi tele, ni mis zapatillas. Pero es 29 de noviembre.

Y por cierto que no suelo postear sin premeditar y preparar… pero es 29 de noviembre.

Hoy es la fecha en la que mi madre habría cumplido 66 años si hubiera estado dentro de las estadísticas.

Sí, esas estadísticas que hablan de esperanza de vida de ochentaitantos para las mujeres españolas. Pero no. Ella no estaba hecha a la horma de las estadísticas. Y si hablamos de hormas hablamos de zapatos, y qué caray, si hablamos de zapatos hablamos de mi madre, como ha relatado hoy mi hermana en su Facebook. 🙂

Y de los zapatos paso al «retoque», esa palabra tan de mi madre, que estaba en su boca una vez al mes desde hacía unos cuantos años y con la que se refería a teñir las cuatro canas que tenía. Porque ella murió con cuatro canas, ni una más, pero eso sí, se las teñía; cada mes. Y sentía la necesidad de contárnoslo a sus hijas. Como parte de su discurso cotidiano, entremezclado con su relato del plan de fin de semana riojano y del recuerdo luanquín de agosto, lo soltaba: «Mañana tengo retoque«. Y nosotras, sus hijas, nos burlábamos un poco de esa palabra recurrente en ella. Ahora, la adoro. RETOQUE. RE-TO-QUE.

Y si hablamos de pelo, hablo de algo que, desde pequeñita, recuerdo: sus rizos en la nuca y en las sienes. Mi madre tenía lo que viene siendo un pelazo. Espeso, sano, vital, fuerte, moreno, y básicamente liso. Mi madre era una morenaza de pelo liso. Pero hete aquí que en la nuca se le rizaba. En la nuca y en las patillas: un aire folclórico, sí, es lo que tenía su pelo. Y su pelo además desafió -de nuevo- las estadísticas, pues no se le cayó con la primera quimio, ni con la segunda. Se le cayó -hay que joderse, y con perdón- en la última quimio, la quimio de la desesperanza, porque no consiguió frenar la enfermedad ni un ápice. Y encima, jopé, la dejó calva. Ella le dio la importancia justa, adquiriendo un par de turbantes que nunca usó porque le daban calor.

Porque como ya he dicho, tenía carácter presumido. Mi madre era presumida, claro que sí. Uno de mis primeros recuerdos se remonta a principios de los 80, una noche de diciembre, contemplando a mi madre ante su espejo. Santa Bárbara, patrona de los mineros. La noche en la que los Ingenieros de Minas de Oviedo tenían su cita anual con cena y baile. Mi padre -el AbuAstur- es Ingeniero de Minas, que no lo había dicho por aquí. Mi madre era estudiante de Medicina cuando le conoció en una fiesta de Santa Bárbara, un diciembre de principios de los 70. Unos cuantos años después tuvieron una hija en esas fechas -yo-. Pero a lo que iba, cada año la fiesta de la patrona de los mineros era un espectáculo para mí: mis padres salían de noche (algo que no solían hacer) y mi madre se ponía espectacularmente guapísima. Porque es que mi madre era muy guapa y esto ya sé que lo he dicho otras veces. Ella decidía con un mes de antelación qué se iba a poner y la modista de toda la vida le confeccionaba un traje a medida. Porque no, mi madre no iba a comprarse un vestido, qué va. Se lo hacía su modista, que tenía muy localizado el michelín, y era cómplice en disimularlo (mi madre siempre peleó con los michelines; pero no me da la gana de hablar de eso aquí y ahora). Y esos preliminares de la fiesta, que comenzaban en octubre, aderezados con sus conversaciones telefónicas con sus amigas del alma y consortes ingenieriles (Vicky, María Jesús, Pimpa, Carmina, fuisteis las principales, más tarde llegó Lolina), a mí se me antojaban de lo más ilusionante. Y llegaba el día, y mi madre se arreglaba y se ponía el vestido precioso cosido por su modista y se maquillaba ella, siempre ella y nadie más, porque una vez la maquilló su peluquera pero a ella no le gustó, porque «me dejó los ojos enanos, nena, diminutos«. Y yo sonrío al recordarlo, porque es cierto: mi madre no tenía los ojos especialmente grandes, ni tampoco la boca, pero ambas facciones las tenía muy bonitas. Y ella disfrutaba destacándolas. En los ochenta, con sombra de ojos azul brillante; ahí queda eso. 🙂 Ah: y además, mi madre nunca necesitó colonias ni perfumes. Ella siempre olía bien, hiciese lo que hiciese; siempre olía a gloria bendita.

Y os cuento que mi madre era una gran anfitriona. Enorme. Mi madre adoró cocinar para muchos, en nuestra casa: primos, tíos, amigos de aquí y de otros continentes, japoneses, polacos, erasmus de todo tipo de procedencia y más. Recibía a todos con la sonrisa abierta y los brazos dispuestos a remover la cazuela y servir los platos, y, sobre todo, con la cabeza lista para organizar. Porque qué poco se valora el enorme trabajo de organización que  hay detrás de tantas mujeres de la generación de mi madre, que te tienen una fabada puesta a remojo y el bacalao desalado a tiempo. Mi madre era la reina de la intendencia: no la pillaba el toro jamás.

Podría seguir escribiendo decenas de anécdotas, cientos de detalles, miles de recuerdos… Pero es tarde y el post se alarga. Pero mi madre era un billón más.

Porque mi madre era reconfortante. De niña pequeña, me parecía mágica. De niña mediana, sentarme acurrucada a su lado en el sofá era lo mejor. De niña mayor (recién adulta), ver su número en el móvil llamando, me empujaba siempre a cogerlo rápidamente. Y de más mayor aún,… ver su carta para sus nietas en el buzón era la fiesta de la semana.

Y hace tiempo que no escribo en este blog (mi blog), pero es 29 de noviembre.

Felicidades, mamá.

No nací para influencer.

Hola a todos, después de dos meses.

Menuda paciencia tenéis conmigo: es así, hay que reconocerlo. Como bloguera, dejo mucho que desear (según las cánones): no me ajusto a un tema concreto, no tengo regularidad en escribir, no tuiteo frecuentemente, etc. Y, así y todo, ahí estáis, entrando en mi blog día tras día -que lo veo yo en las estadísticas- y diciéndome por Facebook o Instagram que me echáis de menos. También preguntándome si me ha pasado algo… 🙂

Lo dicho, sois lo más salao que hay. 🙂 Os cuento lo que me pasa. O mejor, os lo confieso:

Por un lado, no nací para influencer.

Qué se le va hacer. Yo nunca he sido de las que marcan tendencia: es así. De niña simplemente imitaba, y además, llegaba tarde por lo general a las «tendencias» (cuando me decidí a pedirle a mi madre los cordoncitos color pastel de Don Algodón, ya ni los vendían, y lo mismo me pasó con los chinitos de la suerte). Ni siquiera en la adolescencia tuve arrebatos estéticos molones: llegué al grunge de puntillas, y básicamente en forma de una chaqueta de lana gorda llena de bolas con la que, eso sí, hice la selectividad en pleno mes de junio. Es que por no llevar, ¡no llevé ni fotos de Patrick Swayze en la carpeta!  🙂 Aunque sí era, soy y seré un poco friki en muchos aspectos, pero sin pretensiones de convencer a nadie. Si mi blog pretendiese llegar a muchas personas, estaría posteando mucho más frecuentemente.

Soy muy perfeccionista, no me va el «aquí te pillo, aquí te mato».

Y oiga, entiéndase como se quiera. 🙂 Pero no, no puedo improvisar un post esperando al bus 67 en la parada o comiendo un sándwich en el Rodilla. Necesito estar sentada en mi casa, preferentemente sin montaña de trabajo pendiente acumulado, sin demasiados fuegos urgentes que apagar… y sin demasiadas tentaciones en forma de libro/Netflix poniéndome ojitos. 🙂

Así que al final, mientras unos se arrancan por bulerías, yo me arranco por posts (cuando se alinean los astros).

Como ahora pispo, por ejemplo (qué grandes Martes y Trece: me darían para varios posts). Que ya tenía yo ganas de escribir, ea. Ideas no me faltan (nueva vacuna de meningitis, Nimenrix; el clarísimo mensaje machista de los catálogos de la vuelta al cole; mis vivencias en relación a mi hija adolescente ya metida en las TIC)…, pero tiempo, ahora mismo, un poco sí que me falta. Los que me seguís en Instagram sabéis en qué cosas he andado metida últimamente :-).

Gracias a todos por seguir ahí.

Yo también sigo por aquí, y como diría la vecina rubia, con el flequillo abierto en la foto. 🙂

La sorpresa.

Os decía en mi último post que habría sorpresa pronto; y como soy muy mala para guardarme para mí las noticias en general y las sorpresas en particular, no me resisto y ya lo suelto todo hoy aquí en mi blog, con el trasfondo de un día típico asturiano, con algo de bochorno, neblina, y olor a sidra y parrochas en el ambiente; porque sí, estoy de vacaciones en Villabígaros, que como muchos habréis adivinado, no es otro lugar que Luanco, el pueblo de mis eternos veraneos de la infancia y al que siempre tengo que volver; y en el que, con graznidos de gaviotas como banda sonora, he meditado si largar o no; y me ha parecido que sí, que lo cuento todo; porque toda confesión implica un nivel de compromiso que me vendrá muy requetebién en el futuro próximo.

Todo empezó en un húmedo y frío Lloviedo (hay que reconocer que no era necesaria demasiada sagacidad en los lectores villamoquistas para deducir que dicha ciudad es Oviedo), en diciembre de 2016, concretamente el día 8, en pleno puente de la Inmaculada Constitución; día en el que servidora cumplió veinte años (en cada pata); y día, también, en que celebré un fiestorro al que mi memoria podrá siempre viajar para solazarse, porque me hizo enormemente feliz ya que me trajo emocionantes sorpresas; siendo una de ellas contemplar a mi consorte, o sea Ironman, es decir, Miguel (que a estas alturas del blog ya es mejor ponerle nombre), y a mis criaturas, Miss Trotona y Miss Berrinche (a la sazón Carmen y Rocío), subidos en un escenario con la inestimable compañía del Tito Geólogo (es decir, mi cuñado Rafa), versionando only for my eyes dos canciones de Platero y tú; y siendo otra sorpresa aún más inesperada la que recibí al llegar, agotados todos, a casa del Abu Astur (o sea, mi padre, el abuelo César), de madrugada, cuando mi querida tribu ya mencionada me entregó el último de los regalos del día; presente que me dejó sin palabras y un pelín temblorosa, pues consistía nada más y nada menos que en un contrato de autopublicación. Sí, ladies and gentlemen, mi querido compañero de andanzas villamoquiles –o sea mi marido-, en un arranque basado en la fe ciega que al parecer tiene en mí como escritora de lo que viene siendo un LIBRO, decidió hacerme semejante regalo al cumplir treintaytodos, dejándome no sólo muda y temblequeante sino también llorosa.

Hete aquí, no obstante, que no pude asumir tal reto durante los meses siguientes por abundancia de trabajo atrasado de lo mío, es decir, la reumatología pediátrica.

Y en éstas estaba yo, ilusionada con mi contrato de autopublicación bajo el brazo y dejando acabar el curso para ponerme a escribir, cuando recibí un email en el correo del blog. Decía la misiva, ante mi atónita mirada, que OTRA editorial había leído mis erráticos escritos y tenía la intención de publicar a una incrédula servidora. No autopublicación; sino método «tradicional».

O sea, muy fuerrrrrrteeeee.

Con sidra no se brinda, directamente se celebra. 🙂

Y en ese punto me hallaba, entre que me lo creía y no, incluso habiendo comprobado una y otra vez que no había leído mal y que realmente una editorial me había contactado (#oseamuyferrrrrrteeeee), cuando decidí con todo el morro pedir ayuda a CP (escritora entre otras cosas) y al letrado JB, compis del cole; y me asesoraron DE LUJO (mil gracias; sabéis que correrán sidras de mi cuenta, o lo que ustedes queráis, hermosos). Finalmente me decanté por la segunda opción (publicación tradicional).

Así que, una vez habiendo anunciado la noticia a mis próximos, que tanto me aguantan (sobre todo la Tita Geóloga, es decir, mi hermana Silvia), y dicho todo esto, lo anuncio aquí en mi inconstante blog. Porque pienso que, de esta forma, no habrá vuelta atrás. 🙂

Por lo tanto y concluyendo: os cuento que, con más miedo que vergüenza… voy a escribir un libro.

Y que sea lo que Zeus quiera. 🙂

 

Más vale tarde que nunca: fin de curso en Villamocos 2016-2017.

Un clásico de este blog año tras año es el balance del curso que, desde un punto de vista maternal, plasmo aquí. 🙂 Y este año no podía ser menos. Que no, que por mucho lío que una tenga, por mucha reforma de casa nueva, por mucho artículo, por mucha VAGANCIA también -por qué no decirlo-, mis criaturas no se pueden quedar sin su post anual.

Allá vamos.

Miss Trotona:

Ay, mi trotoncilla de mis entretelas y de mi corazón… Qué capacidad tienes, hija mía, de hacer fácil lo difícil, para ti y para todos los que te rodean. Como sigas así vamos a acabar encargándote hacer la declaración de la renta, preparar las maletas de los cuatro, organizar las comidas de la semana y además ser la coach de todos y cada uno de los miembros de tu familia. 🙂

Has terminado 6º de Primaria en tu línea: sin grandes celebraciones, sin excederte en expresiones de alegría (mejor dicho, apenas sin manifestar ninguna), con buenas notas (la peor, un “bien”, que ya sabíamos que te ibas a llevar) y sobre todo con tu apabullante temple. Lo que cuando eras pequeña era alegría arrolladora (y quien dice alegría, ya se sabe, dice alboroto…) se ha ido transformando en tu paso a la pubertad en templanza, o dicho de otra forma, capacidad para aceptar las cosas tal como vienen y así y todo volverlas en tu favor. Nunca te he visto tambalearte emocionalmente, NUNCA. En una edad en la que -con un pie en la adolescencia- las relaciones con tus iguales, el aspecto físico, las modas, o con quién te vas a sentar en el autobús de la excursión escolar son temas de primera magnitud, tú te has bandeado estupendamente nadando por esas aguas como una sirena (algo despistadilla, eso sí) 🙂 . Lo dije otros años y lo repito éste: aprendo de ti cada día. La palabra de moda es resiliencia; para mí va a ser trotonismo, en tu honor. ;-). De hecho, a partir de hoy acuño el término al menos a nivel doméstico. 🙂

También has terminado Primero de Profesional en el conservatorio. De nuevo, sin grandes alharacas; pese a tus muy destacables notas en todo lo que tiene que ver con el oído musical y la composición, y tus notas bastante buenas en instrumento (aunque reconocerás que tienes que estudiar más), pareciera que no le concedieses ninguna importancia o que, al menos, no esperases ninguna alabanza. Pues SÍ: te has esforzado y eso merece un reconocimiento.  🙂

Por otra parte, has cerrado el año dejándonos claro que, en tu vida, el Hip Hop ha llegado para quedarse. 🙂 Sorpresas nos da la vida: si me llegan a decir que iba a tener una hija que alternara el arco del violonchelo con la indumentaria para bailar Street Dance con esa soltura, no me lo creo. Eso sí, cariñito… amo a relajarno un poquito, que lo de estar haciendo M.J. en la cola del súper, practicando tu twist al lado de la sartén con aceite o el moonwalking mientras te lavas los dientes a las 8 de la mañana, hija, como que nos saca un poco de quicio… 🙂 En cualquier caso promocionas de nivel para el año que viene y, como es muy importante para ti, para mí también lo es.

Pero nos tenías más sorpresas reservadas y cómo no, han venido de la mano de tu apabullante creatividad. ME ASOMBRAS, hija. Me quedo sin palabras ante los inventos y los apaños que salen de tu cabeza de aún 11 años. Y que sepas que siempre voy a intentar buscar la manera de que desarrolles todo ese potencial creativo… de hecho ya tengo algunas ideas. 🙂

Enhorabuena por este curso, Miss Trotona; y gracias por darme mucho más de lo que yo (creo) te doy a ti.

Se pelean, discuten, se enzarzan… pero da igual: yo sé que cada una tiene en la otra la mejor amiga forever and ever 🙂

Miss Berrinche:

Pequeña, petite, bombón… lo suelto así sin anestesia: enhorabuena por haberte superado a ti misma en este último curso escolar. Has terminado quinto de primaria, curso que históricamente es de los más dificilillos (tú y yo sabemos que tu hermana el año pasado atravesó algún apuro que otro) y mira tú por dónde que ha sido el año en que mejores notas has sacado. De todas formas, tu logro más importante no ha sido éste, sino lo que has crecido en madurez y sentido común. Siempre fuiste una niña responsable, pero es que este año ¡me has dejado boquiabierta! Atrás quedaron esos tiempos en los que tu padre y yo teníamos que ir tras de ti recordando fechas de exámenes, mochilas de gimnasia y trabajos de sociales. Ya lo tienes dominado y eso nos ha permitido tirarnos a la bartola, en cierto modo, la mayor parte de los días. 🙂  Por otro lado, me ha encantado ver cómo has sido feliz todos y cada uno de los días en tu colegio. Has cambiado de “mejor amiga” varias veces, como corresponde a tu edad, pero te has mantenido íntegra en el respeto a todas ellas (y a todo el mundo). Te das cuenta, pese a lo pequeña que eres, de lo fácil que es herir a alguien con tus actos y/o palabras, y por eso mismo, no lo haces. 🙂

En el conservatorio, lo que este año has demostrado es humildad; tarea nada fácil cuando la hermana mayor la precede a una. Y digo esto por lo que tú ya sabes: en cónclave familiar y estando todos de acuerdo, decidimos que repitieras 4º de Elemental y por tanto no te presentases al examen de pase de grado para pasar a Profesional. Cariño, créeme que sabemos que HABRÍAS APROBADO, y créeme que si volviera atrás también querría que tu hermana hubiese repetido (y así habría sido), porque empezasteis muy pequeñas en el conser y prisa no tenemos ninguna. Así que te agradezco la lección de sensatez que nos has dado aceptando de buenas a primeras que repetirías, incluso habiendo pasado más de medio curso yendo a una clase extra de lenguaje musical a varios kilómetros de casa. Gracias de nuevo por ser tan madura, Petite [Ah: que sepas que tu madre es oficialmente la madre llorona del conservatorio, de los hipos que daba oyéndote cantar como solista en el concierto de coro]. 🙂

Y tu baloncesto, Miss Berrinche, ¡cómo no, tu baloncesto! De tocar tímidamente el balón el año pasado a arañar al contrincante si es menester 🙂 (que sabes que no está bien). Pero no sólo ha sido el basket: nos has demostrado lo intrépida que eres saltando barrancos y descendiendo cañones, metiéndote con tu tablón a surfear olas gigantescas y esquiando pistas rojas-casi-negras. Ojalá siempre disfrutes tanto del deporte, pero por favor, sé prudente, que has puesto mis coronarias al límite en más de una ocasión. 🙂

Y sí, tú también tenías una sorpresa, un as bajo la manga: resulta que eres una pedazo de escritora en potencia. 🙂 Anonada me quedé cuando leí tu primer escrito, a la sazón impregnado de suspense y terror psicológico, meses atrás; y el último, absolutamente humorístico, acerca del día en que naciste (y eso que el monólogo de Gila -“Cuando nací, no había nadie en casa, que mamá había salido a hacer la compra”- nunca lo has escuchado). 🙂 Seré pesada e insistente, mi pequitas, para que NUNCA, NUNCA, dejes de escribir.

Enhorabuena, Miss Berrinche, por cerrar otro curso siempre creciendo, siempre sumando, siempre multiplicando. Mi gran pequeña enorme. 🙂 

Fin del post manterno-villamoquil. En breve… alguna sorpresa habrá. 🙂

 

Empieza el fin de curso.

Paradójicamente «empieza un fin», si leemos el título otra vez. Pues sí: los meses de mayo y junio son una auténtica gymkana en lo que a la vida escolar se refiere.

En Villamocos,

  • Ha habido que preparar el traje de chulapa de San Isidro para una niña, con clavel y mantón y todo; para la otra niña no, porque en sexto de primaria ya no llevan, pero así y todo la que no llevaba quería de todas formas su clavel.
  • Ha habido que llevar la cuenta de los múltiples globales de mates, lengua, ciencias,… y planificar su estudio compaginándolo con el conser. Además, estar pendiente de las clases de refuerzo dirigidas al examen de inglés de Cambridge.
  • Ha habido que decidir indumentaria para el concierto de chelo del día 17, y por supuesto ensayar «más» los días previos; también avisar a los profes del cole de que ese día no harían deberes. Por otro lado, están pendientes los conciertos de coro; según el curso de las niñas y su voz (soprano, contralto…) llevarán verde por arriba y blanco por abajo, o viceversa. Hay que preverlo y tenerlo preparado. También quieren pintarse el pelo de verde previo paso por la tienda de disfraces del barrio a comprar el spray. Y claro, saberse sus voces (ensayan en el coche).
  • En el cole, bullen las excursiones y las actividades al aire libre: ha habido que preparar aparejos para una salida en bici a mitad de semana, con casco, botellita y demás. Y por supuesto, el festival de fin de curso está a la vuelta de la esquina: urge idear una coreografía y ensayarla, para bailarla con los compañeros.
  • El tiempo está loco: un día hace un calor tremendo y al siguiente llueve y la máxima temperatura son 12 grados. Ha habido que mirar la predicción del tiempo a diario y, según la misma, decidir si al día siguiente llevamos leotardos y abrigo o calcetines y chaquetilla.
  • Los viajes y excursiones de fin de semana se multiplican ante el incipiente buen tiempo: ha habido que hacer muchas maletas desde marzo para acá. Además, en mayo-junio se concentran los cumpleaños de los amiguitos: hay que organizar asistencia y pensar regalos.
  • Ha habido que estar pendiente de solicitar plaza para el campamento de final de curso del cole, porque si tardas en solicitarla te puedes quedar sin ella. Es un poco estresante. 🙂

Me gusta cuando los días empiezan a hacerse largos. ¡La luz de Madrid!

Podría seguir pero ya paro, porque pensaréis:

«Y ésta, ¿Por qué piensa que estamos interesados en todo su esfuerzo como madre (y/o padre)? ¡Si todos los que tenemos niños hacemos lo mismo!…». Pues os lo cuento porque todo lo que he escrito arriba LO HAN HECHO LAS NIÑAS. Yo no he movido un dedo. No he hecho nada de esto, no me he encargado de nada. Ya todo lo hacen ellas. 🙂

Porque ya se me han hecho mayores…

y yo estoy feliz por un lado; pero por otro, miedo me da la siguiente fase. Miss Trotona está a puntito de recibir su primer móvil al empezar la ESO.

Oh my dog: Winter is coming… 🙂

Lo que necesitas saber si quieres que tu hij@ estudie música.

Me lanzo a escribir un post acerca de algo que me han preguntado, y mucho, a lo largo de los últimos años: «Quiero que mi niñ@ estudie música, ¿Cómo lo hiciste tú, Sara? ¿Merece la pena?«.

Mis dos hijas cursan estudios de música en el Conservatorio. Voy a intentar desgranar el por qué quisimos sus padres que así fuera, y el cómo, que es lo que más me consultáis.

¿POR QUÉ?

Es fácil de sintetizar: mi consorte estudió música de niño y adora la música, y yo estudié música de niña y adoro la música… ¡Más claro, agua! 🙂 Queríamos lo mismo para nuestras hijas. Los beneficios que la formación musical tiene en el desarrollo infantil están sobradamente contrastados (en matemáticas, lenguaje, control del propio cuerpo, memoria, atención… os recomiendo leer al respecto: por ejemplo esto), aunque nosotros no nos movíamos sólo por este motivo. Queríamos que las niñas disfrutaran, y para ello nada mejor que poder ellas mismas tocar y cantar, no sólo escuchar. Por otro lado, la responsabilidad que han adquirido a lo largo de estos 5 años para poder compaginar sus estudios de música con el colegio sé con seguridad que las ayudará mucho en el futuro para organizar su tiempo y optimizar su capacidad de desempeño.

¿Cómo?

Quiso el destino que acabásemos viviendo cerquita de uno de los conservatorios públicos de Madrid, así que desde el principio fue nuestra primera opción. Para ingresar en un conservatorio hay que hacer una prueba de acceso, que cada centro avisa con suficiente antelación (normalmente la primavera anterior al curso que se pretende iniciar; estamos a puntito por tanto). Un niño puede empezar desde cero, es decir, en 1º de enseñanza elemental (EE), u optar por incorporarse en un curso más avanzado (segundo, tercero o cuarto de EE, o enseñanza profesional, EP). En el primer caso, la prueba de acceso evalúa primordialmente las APTITUDES (y actitudes) musicales de un alumno; es decir, se valora sobre todo que tenga OÍDO musical para la melodía y el ritmo; pero no es necesario que sepan nada de música en absoluto. En cambio, para incorporarse a cursos más avanzados la prueba consiste en un examen de los contenidos requeridos (lenguaje musical e instrumento), es decir, el niño tiene que demostrar sus conocimientos ya adquiridos. Miss Trotona y Miss Berrinche hicieron la prueba de acceso a EE, es decir, para «partir de cero» en el Conser.

En cuanto a la edad: casi todos los centros recomiendan que para comenzar 1º de EE el niño tiene que tener un mínimo de 8 años, es decir, hacer coincidir ese curso con 3º de Primaria. Esto es así, entre otras cosas, porque los contenidos de lenguaje musical requieren habilidades en lecto-escritura y matemáticas básicas. Pero, por otro lado, es bien sabido que cuanto antes se empiece con el instrumento, mejor… así que en nuestro caso nos lanzamos y presentamos a las niñas un año antes de lo recomendado, es decir, para que cursaran 1º de EE del Conser con 2º de Primaria. Un año Miss Trotona y al siguiente Miss Berrinche. ¡Y pasaron la prueba! y ahí están las dos… 🙂

Pero si volviera atrás, reconozco que no habríamos corrido tanto, probablemente: los primeros años les costó bastante entender Teoría de lenguaje musical (y más cosas), así que si volviésemos al pasado las presentaría un año después, con 8 años. Pero tened en cuenta que esta es mi opinión y que habrá padres que opinen exactamente lo contrario.

Y ¿cuánto tiempo les lleva? ésta es la pregunta del millón que todo el mundo me hace… Pues a ver: por un lado están las horas de clase y por otro el estudio en casa. En general (hay variaciones según centros), las clases son unas 4 horas a la semana: 2 horas a la semana de lenguaje musical, 1 hora de instrumento, 1 hora de coro y/o 1 hora de orquesta. Hay familias que prefieren juntarlo todo en dos días a la semana y otras, en cambio, prefieren ir cada día una hora… nosotros, como vivimos cerca, nos da un poco igual.

¿Y de estudio en casa? pues, como en el colegio, creciente a medida que suben de nivel. Pero en líneas generales y a lo largo de enseñanzas elementales, con tocar 20 minutos al día (aunque algún día no se puede…) y emplear media hora o una hora a la semana (durante el fin de semana) para lenguaje musical, al menos nosotros nos hemos apañado. Cierto es que, como nosotros hemos estudiado música, podemos explicarles; y el tiempo neto quizá sea menor.

En cualquier caso, mis hijas siguen teniendo muuuuuchos ratos al día de «Mamá, me aburro. Mamá, qué hago… mamá, déjame el iPad». Una vez terminados los deberes y el estudio del colegio y conservatorio, se entiende. Así que por el momento y hoy por hoy, van bien de tiempo, aunque no sé lo que durará esto ya que tenemos la ESO a la vuelta de la esquina. 🙂

Otro apunte que debo hacer es que el conservatorio de ahora no es el que yo viví en los años 80-90. Ahora es mucho más satisfactorio para el niño estudiante: tocan y cantan en grupo desde el principio y además el peso de la docencia la lleva el instrumento. 🙂

Tocando bandas sonoras de pelis de acción también se aprende. 🙂

Mi conclusión a día de hoy es que, si volviera atrás, volvería a matricularlas en el Conservatorio. 🙂

Aquéllos que queráis, ya sabéis que podéis consultarme al correo del blog unfonendoenvillamocos@gmail.com

Hasta el próximo -e imprevisible-post! 🙂

Así sí, Lucía; así, sí.

Por el título del post ya sabréis que me estoy refiriendo abierta y descaradamente a este post de Lucía, mi pediatra. Lucía, espero que no te moleste, 🙂  que ni te he pedido permiso, pero oye, como paisanas y compañeras de la facultad que somos, me he tomado la libertad 🙂

Y digo que «Así sí, Lucía», porque me ha parecido muy valiente por su parte el poner los puntos sobre las íes al gigante textil español, ya que ella seguramente sabía el tirón que iba a tener su post (a Lucía la siguen muchísimos lectores). Lo dicho: muy valiente.

Porque esto es lo que hace falta: reivindicar, protestar, quejarse y hacer lo posible para que de una santa vez dejen de mostrarse cuerpos femeninos que ya no digo que no sean reales (porque desde luego difieren mucho de cómo son la mayoría de cuerpos femeninos), sino que además se alejan de lo que debe ser el concepto de cuerpo SANO. Que es lo importante, un cuerpo sano, y ya el que se vea bonito o no dependerá de los gustos de cada uno. Que yo en eso no me meto.

Y sí: como a Lucía, me toca este tema porque tengo dos hijas que se acercan a edades «peligrosas». Y no quiero que lo pasen mal como yo lo pasé en su día… tuve unos años de efervescencia hormonal en los que pesaba tranquilamente 15 kilos más que ahora. Pero además, resulta que medía (y mido) 1,72… y eso significa que para mí tener una talla 40 ó 42 es estar delgada (y sana). Y mis hijas llevan mis genes. Pues ojalá hubiera sabido yo, a mis 18 años, que sólo por mi altura no iba a encontrar ropa de talla «estándar»… yo creía que estaba gorda ¡y sobrepeso no he tenido en la vida!

Lo que pretendo con este post  es contribuir al pataleo que ha surgido a raiz del anuncio de Zara, porque me parece un pataleo muy necesario. Y porque haré lo que sea para que mis hijas (y mis sobrinas, y mis pacientes) deseen tener un cuerpo capaz de encestar, correr 5 kilómetros o esquiar todo el día, o un cuerpo capaz de gestar, parir y amamantar, o un cuerpo capaz de tocar el chelo, aprender a hacer ecuaciones y hablar otro idioma. Por poner varios ejemplos. Quiero que aspiren a eso, no a tener una puñetera talla 36.

El anuncio de la polémica…

Así que Zara, y el resto de marcas de ropa: por favor, mostrad chicas saludables. Con buen color. Contentas. Musculosas, incluso. De varias tallas. DE VARIAS TALLAS, es mi opinión, tanto a lo ancho como a lo largo, que en España hay mujeres que miden menos de 1,60 (la mayoría, probablemente). Y si no sois lo suficientemente valientes como para cambiar el modelo de modelo (y valga la redundancia) al menos no os riáis de nosotras (y ellos) diciendo que eso son curvas. Porque somos nosotr@s los que nos partimos de la risa, vaya.